Como se anticipaba hasta en los círculos más allegados al ex presidente,
favorito absoluto en todos los sondeos electorales, su candidatura fue
impugnada. Se culminó, de esa manera, el golpe institucional que
destituyó – vaya coincidencia – la presidenta legítima Dilma Rousseff un
mismo 31 de agosto, el de 2016, e instaló en el poder una camarilla que
a lo largo de ese tiempo hizo con que se retrocediera en absolutamente
todos los aspectos de la vida brasileña.
Cuando se trata de Lula, la Justicia brasileña deja de curvarse frente
al imperio de la ley y de la Constitución para arrodillarse frente al
reino de la política más inmunda. Mucho más que impedir Lula de ser
candidato, lo que se trata de impedir en el Brasil de hoy es que el
elector elija libremente quien pretende ser en la presidencia de un país
náufrago. Es verdad que si lo dejan, Lula masacraría a todos sus
oponentes.
Pero también es verdad que muchas voces poderosas e influyentes
defendieron la participación del ex presidente en el pleito de octubre
diciendo que se trataba de poder no votar en él. Los abogados de Lula y
la dirección del PT anunciaron, en la misma alta noche del viernes, que
recurrirán a instancias superiores. Sabiendo, en todo caso, que el
resultado será negativo una vez más. Al fin y al cabo, el promedio de la
integridad y de la ética de la mayoría de sus integrantes ostenta la
estatura de una hormiga sin piernas.
Un país dominado por una camarilla que impone un perverso retroceso en
todos los campos de la vida: el social, el económico, el político. Y,
por encima de todo, un durísimo retroceso moral.
Fuente: Página 12
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