lunes, 1 de abril de 2019

El default que ya está

Atado casi exclusivamente a que los exportadores ingresen los dólares de la cosecha y al último ingreso prometido por el FMI, el Gobierno se queda sin cartuchos.

Lo más grave, empero, sería un Presidente cada vez más asimilado a la imagen de Fernando de la Rúa.

El discurso central que pervivía de la gestión macrista era remitirse a la corrupción K. En particular, a la causa de las fotocopias. Agotado el ardid de la herencia recibida, ese entramado de Embajada, servicios, famiglia judicial y operadores periodísticos restaba como bala de plata. Pero el derrumbe económico no dejó espacio para otra cosa y el Extornelligate adquiere consecuencias imprevistas, que aunque no sean atendidas masivamente dejan la sensación de acabar con lo poco que tenía el oficialismo para atarse con alambre.

Hay el hecho inédito de un fiscal federal, el de las fotocopias, declarado en rebeldía. Hay que apenas se divulgó un cuarto de las escuchas y contactos del amigo macrista Marcelo D’Alessio, de quien nadie del Gobierno tenía mayores noticias hasta hace un par de meses para haberse manifestado ahora que sus relaciones oficiales y estadounidenses son estrechísimas.

Y hay que se quebró en buena medida el muro de silencio de la prensa servicial, no sólo en torno de la red de espionaje.

Los índices de pobreza e indigencia oficiales fueron expuestos por los medios cambiemitas como si se tratase de una sorpresa mayúscula. Incluso, el mismo día y al siguiente otorgaron un espacio inusual, portentoso, a la cobertura del drama extendido en los comedores comunitarios del Gran Buenos Aires. No se podía creer tanto gesto de asombro frente a lo implacable de familias enteras que, como en 2001, ya desbordan esos centros de atención alimentaria. Son lugares de dignidad y afrenta, a la par.

Hay que tener la cara muy dura para descubrir o, peor, mostrar de golpe, como noticia impensada, los efectos de la devastación macrista. Bienvenido sea, de todos modos. Pero no debe dejar de señalarse el antecedente de un ocultamiento atroz, por parte de ese aparato de propaganda paraoficial que, de repente, también se presenta impresionable a raíz del tejido de producción inerme, de las tasas de interés inconcebibles, de la ola de despidos y suspensiones, de las pymes que cierran a razón de tres por día según los datos confluyentes de todas las fuentes del sector.

Más aún, el conglomerado mediático de Casa Rosada pasó a desembuchar actitudes del propio Macri que lo muestran como un hombre perdido, irresoluto, lejos de la sensación de autoridad imprescindible ante crisis semejante. Por caso, se habló de la forma en que dejó de cuelgue a los ministros Carolina Stanley y Dante Sica. Se había anunciado que los acompañaría en una conferencia de prensa en la tarde del jueves, pero pasado el mediodía se borró olímpicamente tras conocerse la suba de la pobreza cuya reducción, de acuerdo con una de sus grandes “estafas” de campaña, era el parámetro para juzgarlo. Stanley, con un fastidio mal disimulado, dijo que no estaba al tanto de la agenda presidencial. Y el encuentro con la prensa fue un velorio. La ministra, sin embargo, tuvo lo suyo en materia de suspensiones: levantó la reunión personal con movimientos sociales pautada desde la semana anterior, porque no hay fondos para ampliar el gasto en asistencia. Todo un clima. Todo un síntoma.

Como era de esperar, la “defensa” del oficialismo frente a la suma de 2.700.000 pobres y 800 mil indigentes, en apenas un año, consiste en decir que, al fin y al cabo, estamos igual que en 2015. Ese es el artilugio meneado por los voceros que les quedan. Una auténtica patraña, porque la medición de pobreza difundida es de acuerdo a ingresos de bolsillo. Es incomparable con el nivel de relativa protección que había antes de los bestiales tarifazos y devaluación del mejor equipo de los últimos 50 años.

¿Quién puede creer seriamente que hay la misma pobreza de cuando los servicios públicos estaban baratos y los salarios vencían a la inflación así fuere por unos pocos puntos? Además, y como apunta el sociólogo Diego Born (ver nota de Tomás Lukin, PáginaI12, viernes pasado), “la pobreza deja de ser propiedad exclusiva de trabajadores precarizados y comienza a extenderse hacia segmentos de clase media-baja que pasan a quedar debajo del umbral mínimo de ingresos utilizado por el Indec”.

En el mismo artículo, la investigadora Lucía Cirmi Orbón, del Centro Interdisciplinario de Estudios de Políticas Públicas, señala que este desastre es el objetivo buscado y no un daño colateral, porque no otra puede ser la consecuencia “cuando la estrategia para arreglar los problemas (...) no es ni regular el mercado ni un plan de desarrollo, sino distribuir peor para enfriar la economía”.

Es ese un debate de vigor renovado, en algunos circuitos de analistas políticos. ¿Macri significa perversión o ineptitud? La respuesta puede abarcar ambos términos, en lugar de prestarse a una lógica binaria que por lo general no es buena consejera.

Está claro que, desde sus genes, un modelo económico como el cambiemita no puede tener ningún efecto que no sea este presente de tabla rasa. Por eso mismo, el concepto de “estafa” electoral debe ser puesto, al menos, en cuestión. ¿Cómo pudo suceder que se imaginase “productivo” y decente un gobierno encabezado por Macri? Hay unas cuantas respuestas sociológicas, que empiezan o concluyen en motivos aspiracionales de clase, insatisfacción permanente y excitada por los patrones culturales del neoliberalismo, influencia mediática. Fenómenos universales, finalmente.

Igual de veraz, visto desde la muñeca política, es que el Gobierno termina desnudándose mucho más cual banda de publicistas ingeniosos, para hacer campaña si hay viento a favor, que como conducción eficiente de los intereses que representa. Aquello de la diferencia entre clase dominante y clase dirigente.

Tuvieron una lectura infantil de las condiciones geopolíticas mundiales, tienen tres presidentes del Banco Central en tres años, acaban con los industriales poniendo el grito en el cielo y con sus amigos del agro en tono apocalíptico, pierden el favor de sectores medios. ¿Esta era la derecha surtida de grandes cuadros? Para sus negocios, ni dudarlo. Para conducir la política, ni de cerca.

Una lista incompleta pero muy elocuente es encabezada por el operativo Lavagna como tercera vía, mirada con mucho cariño por los aliados radicales que hoy quieren romper porque, vaya, se desayunaron con el ninguneo del PRO... y con su tipología reaccionaria. Los cuestionamientos internos del oficialismo ya no se encubren, incluyendo a los graciosos que apuntan a Nicolás Dujovne como si fuese un marciano incapaz y ajeno al modelo. Heidi se suma a la imposible ruta del despegarse de alguna manera, y en su entorno vuelan de fiebre por el fisgoneo –momentáneamente oficioso– del que fue víctima. Los gobernadores también aliados desdoblaron las elecciones para evitar una misma boleta con Cruz Diablo. La Mesa de Enlace agropecuaria y su aviso emblocado de que esto va a reventar. Rumores de ¡control de precios! y adelantamiento de las elecciones. Los mercados de la timba financiera sacando cuentas sobre un país endeudado en 272 mil millones de dólares, con un 90 por ciento comprometido en moneda extranjera.

El Gobierno se aferra al único plan de contener el dólar a costa de seguir destruyendo la economía. No hay otro. Los especialistas difieren en cuanto a las posibilidades de default a corto o mediano plazo, pero el solo hecho de que también se hable de eso sintetiza lo dramático del cuadro.

Perversos, ineptos o dotados de ambas características, por lo pronto Macri y su banda ya produjeron el default interno.

Fuente: Páina 12 (Eduardo Aliverti)

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